jueves, 20 de enero de 2011

¿Estamos realmente libres de dictadores?

Si hay algo que no tolero es precisamente la intolerancia. Por mucho que lo intente soy incapaz de hallar cuales son los motivos que llevan a determinadas personas a impedir que otras puedan buscar libremente su felicidad. Me refiero a determinados sectores o grupos sociales, como es el caso del colectivo homosexual, habitualmente cuestionado e incluso discriminado por el mero hecho de no encajar en los modelos tradicionales. Es lamentable que en pleno siglo XXI personas heterosexuales todavía los cataloguen de enfermos, osen descalificarlos públicamente y se atrevan a alzar la voz para limitar sus derechos. Ante situaciones de este tipo mi eterna pregunta es: ¿quiénes se creen para cuestionar y enjuiciar las opciones, en este caso sexuales, de otras personas? Se creen que, por el simple hecho de mantenerse fieles a unas tradiciones, tienen el deber  y el derecho de advertir a la sociedad de que ciertas orientaciones conllevarán a una pérdida de valores que, hasta día de hoy, la iglesia se había encargado de perpetuar. Así, poseedores de la verdad absoluta, no aceptan alternativas diferentes a las profesadas por ellos mismos y lapidan a todo aquél que ose renegar de ellas.
Cada uno es dueño de sus actos y responsable de sus decisiones, y si un hombre ama a otro hombre o una mujer ama a otra mujer, ¿por qué no aceptar sus sentimientos?, ¿acaso sienten menos o con menos intensidad? Alegando el carácter antinatural de dichas relaciones, tan sólo encuentran argumentos para explicar su comportamiento atribuyéndolo a un trastorno delirante y pernicioso, una enfermedad que prolifera a ritmo vertiginoso y del que, por mucho que les pese, nadie está a salvo. Aunque bien es cierto que todavía hay mentes rancias y retrógradas capaces de pensar que la homosexualidad es tan sólo un modo eficiente de crear controversia y llamar la atención, sobre todo cuando llevan sus peticiones a la equiparación de sus parejas como un matrimonio más. Como ciudadanos demandan los mismos derechos que cualquier pareja heterosexual, pero da la impresión de que en determinadas esferas el tema todavía sigue siendo tabú.
La intolerancia es el mal de nuestros días, un freno al desarrollo y a la libertad de expresión, una negación de la sociedad heterogénea, diversa y plural en la que vivimos, un factor que hace que muchas personas actúen con hipocresía renegando de sus propios sentimientos, sabiéndose posibles víctimas de rumores y rechazos. Son pocos los que dudan del carácter tirano y opresor de Francisco Franco Bahamonde, ser que ha marcado un antes y un después en el transcurso de la historia de España; no obstante, ¿estamos realmente libres de dictadores? Creo que no, sólo que ahora son muchos y anónimos, y no se pueden identificar por un único nombre y apellido.

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